Con el equipo de Australia de baloncesto en silla de ruedas, 2004.
Octubre de 2002. Recibo un correo electrónico de David Martin, Fisiólogo del Instituto Australiano del Deporte: “Estamos anunciando un puesto de Fisiólogo para dos años en el AIS. ¿Estarías remotamente interesado?”
Mi respuesta: “Podría estar interesado. Cuéntame más.”
Aquella noche fui a ver una película (por las fechas, pudo haber sido “The pianist” de Roman Polanski, “L’Auberge Espagnole” de Cédric Klapisch o “Le Fils” de Jean-Pierre y Luc Dardenne), y al volver a casa tenía un mensaje de David en el contestador automático, hablándome del puesto, del Departamento de Fisiología, de los colegas con quienes trabajaría, de los proyectos previstos de cara a los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, etc. Me estaban ofreciendo un trabajo de ensueño en la mejor “fábrica de medallas” del mundo, la oportunidad de trabajar codo con codo con algunos de los mejores científicos del deporte y deportistas del mundo en preparación para los Juegos Olímpicos, y me iban a pagar por ello. ¿Quién podía haberse resistido?
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