Acabo de pasar dos días en el Reino Unido, en la Reunión de entrenadores Sub 18 y managers de Equipos Reserva y Equipos de Desarrollo de la Premier League. Ha sido una reunión extremadamente interesante que debería llevar a una más que necesaria evolución (tal vez debería incluso decir revolución) en el sistema de Academias (canteras futbolísticas) del Fútbol Inglés.
Hace unas pocas horas he dejado el Reino Unido y he aterrizado en Budapest, Hungría, para asistir a la Gran Final de las Series del Campeonato del Mundo ITU, en las que participa Ainhoa Murua, triatleta a quien entreno. Estoy deseando que llegue la carrera masculina del sábado, con el enfrentamiento final por el título de Campeón del Mundo entre el Campeón Olímpico Jan Frodeno y la superestrella del triatlón español Javier Gómez; pero tengo todavía más ganas de que llegue la carrera femenina: Ainhoa ha tenido una temporada excelente hasta ahora, está bien preparada, y los dos estamos convencidos de que su mejor carrera del año podría estar a la vuelta de la esquina.
Pero qué tiene que ver todo esto con el título de esta entrada, os estaréis preguntando. La respuesta es “nada de nada”. En el viaje de Birmingham a Budapest vía Múnich, me he encontrado con un espléndido ejemplo de escritura científica, y simplemente he querido compartirlo con los lectores de este blog. El texto es de un libro titulado “Science: A History”, escrito por John Gribbin, astrofísico y brillante escritor de ciencia.
“A nivel del ADN y de los mecanismos mediante los cuales opera la célula, con la participación del ARN mensajero y la fabricación de proteínas, así como en la propia reproducción, no hay absolutamente ninguna diferencia entre los seres humanos y otras formas de vida en la Tierra. Todas las creaturas comparten el mismo código genético, y todos hemos evolucionado de la misma manera a partir de formas primordiales (tal vez una forma primordial única) de vida en la Tierra. Los procesos que han producido a los seres humanos no tienen nada de especial, en comparación con los procesos que han producido a los chimpancés, los erizos de mar, las coles o el humilde piojo de la madera. Y nuestra salida del centro de la escena es igual de profunda cuando nos fijamos en el lugar que ocupa la propia Tierra en el conjunto del universo.”
Referencia
Gribbin J. Science: A History. Penguin Books Ltd., London, 2003, p. 571
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